Los que no tienen deseo de asistir a la Misa alegan
siempre una multitud de excusas, creyendo justificar así su falta de devoción.
Los verás totalmente ocupados y llenos de afán por los intereses materiales;
nada les importan los trabajos y fatigas si se trata de acrecentar su fortuna,
mientras que para la Santa Misa, que es el negocio por excelencia, sólo
encontrarás frialdad e indiferencia. Alegan mil pretextos frívolos, ocupaciones
graves, indisposiciones, asuntos de familia, falta de tiempo, en una palabra,
si la Iglesia no los obligase bajo pena de culpa grave a oír Misa los domingos
y días de fiesta, Dios sabe si pondrían jamás los pies en un altar. ¡Ah! ¡Qué
vergüenza! ¡Qué tiempos tan calamitosos los nuestros! ¡Qué desgraciados somos!
¡Cuánto hemos decaído del fervor de los primeros fieles que, como ya dije,
asistían todos los días al Santo Sacrificio y se alimentaban allí del Pan de
los Ángeles por medio de la Comunión sacra-mental! Y no es que les faltasen
negocios, ni ocupaciones; sin embargo, la Misa, lejos de servirles de molestia,
era a sus ojos un medio eficaz de que prosperasen a la vez sus intereses
temporales y espirituales.
¡Mundo ciego! ¿Cuándo abrirás los ojos para
reconocer un error tan manifiesto? Cristianos, despertad por fin de vuestro
letargo, y que vuestra devoción más dulce y predilecta sea oír todos los días
la Santa Misa, y hacer en ella la Comunión espiritual. Para que tú, cristiano
lector, formes esta resolución, no encuentro otro medio más eficaz que el del
ejemplo; porque es un hecho que salta a la vista, que todos somos gobernados
por él. Todo lo que vemos hacer a otros, nos es fácil y cómodo. "Y ¿por
qué no podrás hacer tú lo que éstos y aquéllos?". Éste era el reproche
que SAN AGUSTÍN se dirigía a sí mismo antes de su conversión. Voy, pues, a
citarte algunos, siguiendo las diferentes categorías de personas, y de esta
manera abrigo la esperanza de ganar tu corazón.
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