Hay señoras que parece quieren convertir la iglesia
en un teatro para su vanidad. Al entrar en ella atraen las miradas de todos con
su brillante y acicalado traje. ¡Plegue a Dios que no usurpen o no estorben las
adoraciones que debieran dirigirse hacia el altar! Como entre esta clase de
personas se encuentran muchas bastante asiduas en la asistencia a los Oficios
divinos, no nos detendremos tanto en exhortarlas a frecuentar el lugar santo,
como en enseñarles la modestia y el respeto
con que es preciso portarse en la casa de Dios, particularmente durante la celebración
del Santo Sacrificio. En efecto, tan edificado como estoy de la conducta de un
gran número de matronas romanas, y de las más distinguidas, que se presentan
delante de nuestros altares con un exterior suma-mente sencillo, sin pompa
alguna y sin adornos; tanto me escandaliza ver otras vanidosas, que con su
ridículo peinado y su vestido de teatro tienen la necia pretensión de pasar por
diosas en las iglesias. A fin de inspirar a estas desgraciadas un saludable y
santo temor a nuestros tremendos misterios, voy a referir el siguiente ejemplo
que se lee en la vida de la BEATA IVETA DE HUY, en el territorio de Lieja (Bolland,
vita B. Ivetae). Oyen-do Misa esta santa viuda el día de Navidad, Dios le
hizo ver un espectáculo espantoso. Estaba a su lado una persona distinguida que
parecía tener los ojos fijos en el altar, pero no era con el objeto de prestar
atención al Santo Sacrificio, o de adorar al Santísimo Sacramento que se
disponía a recibir, sino que estaba la infeliz entretenida en satisfacer una
pasión impura que había concebido por uno de los cantores que se hallaba en el
coro, y cuando la desgraciada se levantó para acercarse a la Sagrada Mesa, la
Bienaventurada Iveta vio una turba de demonios saltando y bailando alrededor
de aquella mujer: unos le levantaban su vestido, otros le daban el brazo, y
todos parecían emplearse con diligencia en servirla, aplaudiendo a la vez su
acto sacrílego. Rodeada de este infernal cortejo fue a arrodillarse ante el
altar de la Comunión: bajó el sacerdote, llevando en su mano la Sagrada
Hostia, y la depositó sobre la lengua de aquella infeliz mujer; pero en el
mismo instante la Santa viuda vio a Nuestro Señor volar al cielo, por no
habitar en un alma que era guarida de los espíritus impuros. Con esta
inmodestia sacrílega había atraído los demonios y ahuyentado al Divino
Salvador, según la infalible sentencia del Espíritu Santo: La sabiduría
encarnada no entrará en un alma depravada, ni habitará en un cuerpo esclavo del
pecado. "In malevolam animam non introibit sapientia,
nec habitabit in corpore subdito peccatis". (Sab. 1, 4).
Quizás me dirás, al leer estas páginas, que tú no
eres del número de las personas que no guardan moderación ni decencia. Me complazco
en creerlo, digo más, ni aun lo dudo; pero cuando se nota que vas a la iglesia
adornada y perfumada como para un baile, y vestida con tan poca modestia, ¿no
hay derecho para dirigirte una censura severa? ¡Qué dolor! En verdad que así
se hace de la casa de Dios una cueva de ladrones, puesto que, distrayendo a
todo el mundo, se roba a Jesucristo el honor y atención que le son debidos.
Entra, pues, dentro de tu corazón, y toma la firme
resolución de imitar a SANTA ISABEL DE HUNGRÍA[1].
Esta santa reina tenía el mayor anhelo por oír Misa, pero cuando llegaba
el momento de asistir al Santo Sacrificio, dejaba su corona, quitaba las
sortijas de sus dedos, y despojada de todo adorno, se conservaba en presencia
de los altares cubierta con un velo y en actitud tan modesta, que jamás se la
vio dirigir sus miradas a derecha ni izquierda. Esta sencillez y esta modestia
agradaron tanto a Dios, que quiso manifestar su contento por medio de un
brillante y ruidoso prodigio. Al tiempo de celebrarse la Misa, la Santa se vio
rodeada de una luz tan resplandeciente, que los ojos de los demás asistentes
quedaron deslumbrados: parecía un ángel bajado del cielo. Aprovéchate de tan
bello ejemplo; y si lo haces, está segura de que así agradecerás a Dios y a los
hombres, y de que tus sacrificios te acarrearán inmensas utilidades en esta
vida y en la otra.
[1] Santa ISABEL DE HUNGRÍA
(1207-1231): Hija del rey Andrés II de Hungría. Esposa del landgrave Ludwig IV
de Turingia. Canonizada en 1235. Festividad: el 19 de noviembre. Patrona de la
Tercera Orden Franciscana. (N. del E.),
Recuerdo haber leído, hace como 15 años. en la biografía de Santa Isabel de Hungría que, en una oportunidad, durante la celebración de la Santa Misa, vio a su esposo, el rey, y pensó: "Que buen marido me ha dado Dios". Al punto, se le apareció Nuestro Señor dolorido por haberse distraído durante la Misa.
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