domingo, 12 de abril de 2020

Cap III. § 5. Ejemplos de jornaleros y sirvientes


El apóstol SAN PABLO dice que el cristiano que no tiene cuidado de los suyos, y espe­cialmente de los domésticos, es peor que un infiel. Esta solicitud que se les debe, entién­dese no sólo en cuanto al cuerpo, sino y mu­cho más en cuanto al alma. Por consiguien­te, si el Apóstol tenía por crueldad el que se les dejase carecer de lo necesario para la vida corporal, mucho mayor lo será privarlos del alimento espiritual, principalmente prohi­biéndoles asistir todos los días a la Santa Misa. No hay un señor, por rico y poderoso que sea, que sepa comprender la pérdida que le ocasiona tal privación. Cuando Dios esta­bleció alianza con Abrahán, le ordenó que no solamente se circuncidase, sino que obligase a hacer lo mismo a todos sus servidores y esclavos: prueba evidente de que todo buen cristiano no debe contentarse con servir a Dios por sí mismo, especialmente con la asis­tencia al Santo Sacrificio, sino que debe procurar que todos sus criados, que toda su casa, le sirva igualmente.

SAN ELEÁZARO, conde de Ariani, practicó perfectamente esta santa economía espiritual. En un reglamento que había formado para su palacio, ordenaba en primer lugar que todos oyesen diariamente la Santa Misa; do­mésticos y sirvientes, mozos y empleados, a todos quería verlos asistiendo al adorable Sacrificio del altar. Esta piadosa costumbre es seguida por un gran número de señores, de cardenales y prelados de Roma. Todos los días oyen o celebran la Santa Misa, y quieren que todos sus dependientes y domés­ticos asistan a ella, y no vayáis a creer que el tiempo que éstos emplean en oír Misa es un tiempo perdido, no: es el tiempo que Dios tendrá más en cuenta.

SAN ISIDRO[1] era un pobre labrador; pero tenía sumo cuidado de no faltar a Misa. Dios le hizo conocer cuán agradable le era su de­voción por el suceso siguiente. Un día que el Santo estaba trabajando en el campo, oyó tocar a Misa en una iglesia inmediata; deja sus bueyes, y marcha precipitadamente con objeto de asistir al Santo Sacrificio. Pero ¡oh prodigio! mientras que San Isidro estaba en Misa, los Angeles se ocuparon en conti­nuar la labor de aquel devoto y piadoso la­brador. Es verdad que Dios no hará milagros tan patentes en favor vuestro; sin em­bargo, ¿no tiene medios infinitos para re-compensar vuestra piedad? Bien podéis com­prenderlo por lo que hizo con un pobre vi­ñador, cuya historia es la siguiente: Este virtuoso jornalero, que criaba su familia con el sudor de su rostro, acostumbraba, antes de consagrarse al trabajo, asistir todos los días al santo sacrificio de la Misa. Un día muy temprano dirigióse al punto donde se reunían sus compañeros, esperando que al­guno viniese para alistarlos. En este tiempo oyó sonar la campana, y al instante, según costumbre se dirigió a la iglesia para rezar en ella sus oraciones. Después de la primera Misa salió inmediatamente otra, que el pia­doso jornalero oyó con la misma devoción. Al volver a su puesto ya no encontró a nin­guno de sus compañeros: todos habían sido alistados y enviados al campo, y los dueños también habían desaparecido. Aquel buen hombre volvíase triste a su casa, cuando un rico propietario del lugar se apercibió de ello; y al notar en su rostro su gran tristeza, se acercó a él y le preguntó la causa. "Qué quiere usted, respondió el pobre trabajador, esta mañana, por temor de perder la Misa, he perdido mi jornal. —No te aflijas por eso, respondió el rico: vuelve a la iglesia, oye una Misa más por mi intención, y esta tarde te pagaré tu jornal". El pobre hombre fue a cumplir con lo que le ordenaba su nue­vo amo, y no solamente asistió a la Misa que se le había prescrito, sino que además oyó todas las que se celebraron en aquel día. Al caer de la tarde se presentó al rico para recoger su jornal. En efecto, recibió doce sueldos, salario ordinario de un jornalero de aquel país. Marchábase muy contento a su casa, cuando vio venir hacia él un personaje desconocido (era Nuestro Señor Jesucristo), y le preguntó cuánto le dieron por el trabajo de un día tan bien empleado; y oyendo que sólo recibiera doce sueldos, le dijo: "¿Tan poco ganaste por una obra tan meritoria? Vuelve a casa de ese rico, y dile: que si no aumenta la retribución, sus negocios irán muy mal". El jornalero desempeñó con humilde sencillez el encargo que llevaba para el rico, quien le entregó cinco sueldos más, enviándole en paz. Marchó el buen hombre muy satisfecho con esta gratificación; pero el Divino Salvador no se contentó con ella: viendo que el aumento no excediera de cinco sueldos, le dijo: "Esto no es bastante todavía; vuelve a casa de ese avaro, y hazle pre­sente que si no se muestra generoso, vendrá sobre él una terrible desgracia". El jorna­lero se presenta nuevamente delante del rico con un temor respetuoso, y le hizo a medias palabras aquella nueva demanda. Entonces el rico, herido interiormente por la gracia del Señor, llevó su generosidad hasta el punto de darle cien sueldos y un buen vestido nue­vo. Sin duda os admiraréis, y con razón, del modo con que la Divina Providencia recom­pensó a este pobre viñador, de la piedad que le movía a oír todos los días la Santa Misa; pero más admirable es todavía la misericor­dia que Dios tuvo de este rico. A la noche siguiente apareciósele el Salvador, y le reve­ló que, gracias a las Misas oídas por aquel pobre, había sido preservado de una muerte repentina, que en aquella misma noche lo hubiera precipitado en el infierno. Al oír un aviso tan espantoso, se levantó sobresaltado, y entrando en cuentas consigo mismo, co­menzó a detestar su mala vida; y se declaró muy devoto de la Santa Misa, a la que asis­tió en adelante todos los días con bastante regularidad. No se contentaba con oírla, sino que además hacía que diariamente se cele­brasen otras muchas en diferentes iglesias, por cuyo medio alcanzó la gracia de pasar el resto de su vida en la práctica constante de la virtud y la de una muerte preciosa a los ojos del Señor. (Nicol Lac. trat. 6 dist. 10 de Misc., c. 200).



[1] SAN ISIDRO LABRADOR (1082-1170): Patrono de Madrid, su ciudad natal. Festividad el 15 de mayo. El papa Gregorio XV, en la bula de canonización (1621), afirma que San Isidro "nunca salió para su trabajo sin antes oír, muy de madrugada, la santa misa y encomendarse a Dios y a su Madre Santísima" (N. del E.).

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