16.
¿Lo creerías? Además de los bienes que pedimos en la
Santa Misa, nuestro buen Dios nos concede otros muchos que no pedimos. Así nos
lo dice SAN JERÓNIMO con las palabras siguientes: "Sin duda alguna Dios
nos concede todas las gracias que le pedimos en la Misa, si nos conviene: y lo
que todavía es más admirable, nos concede muy frecuentemente aun aquello que
no le pedimos, con tal que por nuestra parte no pongamos obstáculos a su
generosidad". "Absque dubio dat nobis Dominus
quod in Missa petimus; et quod
magis est, saepe dat quod non petimus". (Div. Hieronym.).
De esta suerte, bien puede decirse que la Misa es el sol del género humano, que
extiende sus rayos sobre buenos y malos, y que no hay en el mundo una sola
alma, por perversa que sea, que no saque algún provecho de la asistencia al
santo sacrificio de la Misa, y muchas veces sin pensar en ello ni aun hacer
súplica alguna. (S. Hier., Cap. cum
Mart. de celebr. Miss.).
Escucha
el suceso siguiente, que tuvo lugar en circunstancias
bien memorables, según nos lo refiere SAN ANTONINO,
arzobispo de Florencia. Dos jóvenes,
bastante libertinos, salieron juntos un día, a una
partida de caza. Uno de ellos
había asistido antes a la Santa Misa, el otro
no. Estando ya en camino, se levantó
de repente una violenta tempestad, y en medio
de los truenos y relámpagos,
oyeron una voz que clamaba: "¡Hiere, hiere!" y luego
cayó un rayo y mató al que no había oído Misa en aquel
día. Aterrado y fuera de sí el compañero, buscaba dónde salvar su vida, cuando oyó
nuevamente la misma voz que repetía: "¡Hiere, hiere!"
Ya el infeliz aguardaba la muerte,
que creía inevitable, mas pronto fue
consolado por otra voz que respondió: "No puedo,
porque oyó en el día de hoy el Verbum caro factum est". La Misa,
pues, a que había asistido aquella mañana, lo preservó de una
muerte tan terrible y espantosa.
¡Ah,
cuántas veces el Señor os ha preservado
de la muerte o de muy graves peligros por virtud de la Santa Misa
que habíais oído! SAN GREGORIO EL GRANDE así
lo afirma en su 4º Diálogo: Per auditionem
Missae homo liberatur a multis malis et periculis.[1]
Es indiscutible, dice este sabio
Pontífice, que el que asiste a la Misa será
librado de muchos males y peligros hasta imprevistos.
Más aún: según enseña SAN AGUSTÍN, será preservado de una
muerte repentina, que es el golpe más terrible que
los pecadores deben temer de la Justicia divina. He aquí,
pues, conforme a la doctrina del Santo Obispo de Hipona,
una admirable prevención contra el peligro
de muerte repentina: oír todos los días la
Santa Misa, y oírla con la mayor atención posible. El que
tenga cuidado de prevenirse con esta
salvaguardia tan eficaz, puede estar seguro que no le sucederá
tan espantosa desgracia.
Hay una
opinión singular, que algunos atribuyen a San Agustín,
a saber: que mientras una persona asiste
a la Misa no envejece, sino que, durante este tiempo, se conserva
en el mismo grado de fuerza y de
vigor que tenía al principio de la
Santa Misa. No me fatigaré por saber si esto es o no
verdad; sin embargo, afirmo que si el que
oye Misa envejece en cuanto a la edad, no envejece en la malicia
porque, como dice SAN GREGORIO, el que
asiste a la Santa Misa con devoción,
se conserva en la buena
vida, crece constantemente en mérito y en gracia, y adquiere
nuevas virtudes que le hacen más y más
agradable a su Dios.
A todo
lo dicho añade SAN BERNARDO que
se gana más oyendo una sola Misa con devoción
(entiéndase en cuanto a su valor intrínseco), que distribuyendo todos los bienes a los
pobres y marchando en peregrinación
a todos los santuarios más venerados del mundo.
¡Oh riquezas inmensas de la Santa Misa!
Medita atentamente esta verdad: oyendo o celebrando
dignamente una sola Misa, considerado el acto en sí
mismo y con relación a su valor intrínseco,
se puede merecer más que si uno dedicase todas sus riquezas
al socorro de los
pobres, más que si fuese en peregrinación hasta el fin del mundo, más que si
visitase con la mayor devoción los santuarios de Jerusalén, de Roma, de
Santiago de Galicia, de Loreto y otros. Dedúcese esta doctrina de lo que enseña
el angélico doctor SANTO Tomás, cuando dice: "Que una Misa encierra todos
los frutos, todas las gracias y todos los tesoros que el Hijo de Dios repartió
en su Esposa la Santa Iglesia por medio del cruento sacrificio de la cruz":
In qualibet Missa.
Detente
aquí un instante, cierra el libro y no leas más, pero reúne en tu entendimiento
todas estas utilidades tan preciosas que nos proporciona la Santa Misa,
medítalas atenta-mente, y después dime: ¿Tendrás todavía dificultad alguna en
conceder que una sola Misa (abstracción hecha de nuestras disposiciones, y
sólo en cuanto a su valor intrínseco) tiene tal eficacia que, según afirman
muchos Doctores, bastaría para salvar todo el género humano? Figúrate, por
ejemplo, que Nuestro Señor Jesucristo no hubiese sufrido la muerte en el
Calvario, y que en lugar del sangriento sacrificio de la cruz hubiese instituido
solamente el de la Misa, y con precepto expreso de no celebrar más que una en
el mundo. Pues bien, admitida esta suposición, ten entendido que esta sola
Misa, celebrada por el sacerdote más pobre del mundo, hubiera sido más que
suficiente, considerada en sí misma y en cuanto al mérito de la obra exterior,
para alcanzar la salvación de todas las criaturas. Sí, sí, no me canso de
repetirlo, una sola Misa, en la anterior hipótesis, bastaría para merecer la
conversión de todos los mahometanos, de todos los herejes, de todos los
cismáticos, en una palabra, de todos los infieles y malos cristianos: bastaría
para cerrar las puertas del infierno a todos los pecadores, y sacar del
purgatorio a todas las almas que están allí detenidas.
¡Oh,
qué desdichados somos! ¡Cuánto restringimos la esfera de acción del santo
sacrificio de la Misa! ¡Cuánto pierde de su eficacia provechosa por nuestra
tibieza, por nuestra indevoción, y por las escandalosas inmodestias que
cometemos asistiendo a ella! Que no pueda yo colocarme a una elevada altura
para hacer oír mi voz en todo el mundo ex-clamando: "Pueblos insensatos,
pueblos extraviados, ¿qué hacéis? ¿Cómo no corréis a los templos del Señor
para asistir santamente al mayor número de Misas que os sea posible? ¿Cómo no
imitáis a los Santos Ángeles, quienes, según el pensamiento del Crisóstomo, al
celebrarse la Santa Misa bajan a legiones de sus celestes moradas, rodean el
altar cubriéndose el rostro con sus alas por respeto, y esperan el feliz
momento del Sacrificio para interceder más eficazmente por nosotros?"
Porque ellos saben muy bien que aquél es el tiempo más oportuno, la coyuntura
más favorable para alcanzar todas las gracias del cielo. ¿Y tú? ¡Ah!
Avergüénzate de haber hecho hasta hoy tan poco aprecio de la Santa Misa. Pero,
¿qué digo? Llénate de confusión por haber profanado tantas veces un acto tan
sagrado, especialmente si fueses del número de aquéllos que se atreven a lanzar
esta pro-posición temeraria: Una Misa más o menos poco importa.
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