10.
La segunda obligación que tenemos para con Dios es
la de satisfacer a su divina Justicia por tantos pecados como hemos cometido.
¡Ah, qué deuda ésta tan inmensa! Un solo pecado mortal pesa de tal manera en la
balanza de la Justicia divina, que para expiarlo no bastan todas las obras
buenas de los justos, de los Mártires y de todos los Santos que
existieron, existen y han de existir hasta el fin del mundo. Sin embargo, por
medio del santo sacrificio de la Misa, si se considera su mérito y su valor
intrínseco, se puede satisfacer plenamente por todos los pecados cometidos.
Fija bien aquí tu atención, y comprenderás una vez más lo que debes a Nuestro
Señor Jesucristo. Él es el ofendido, y a pesar de esto, no contento con haber
satisfecho a la Justicia divina sobre el Calvario, nos dio y nos da
continuamente en el santo sacrificio de la Misa el medio de aplacarla. Y a la
verdad, en la Misa se renueva la ofrenda que Jesucristo hizo de sí
mismo a su Eterno Padre sobre la cruz
por todos los pecados del mundo; y la misma sangre que ha sido
derramada por la redención del humano
linaje es aplicada y se ofrece,
especialmente en la Santa Misa, por los pecados del que
celebra o hace celebrar este tremendo Sacrificio, y por
los de todos cuantos asisten a él con
devoción.
No es esto
decir que el sacrificio de la Misa borre
por sí mismo inmediatamente nuestros pecados en cuanto
a la culpa, como lo hace el sacramento
de la Penitencia; sin embargo, los
borra mediatamente, esto es, por medio de movimientos
interiores, de santas inspiraciones, de gracias
actuales y de todos los auxilios necesarios que nos alcanzan
para arrepentirnos de nuestros pecados, ya en el momento
mismo en que asistimos a la Misa, ya en otro
tiempo oportuno. Además, Dios sabe cuántas almas se han
apartado del cieno de sus desórdenes en virtud de los
auxilios extraordinarios debidos a este Divino Sacrificio. Advierte aquí que si el sacrificio,
en cuanto es propiciatorio, no aprovecha
al que se halla en pecado mortal, siempre le vale como
impetratorio, y por consiguiente todos los pecadores debían oír
muchas Misas, a fin de alcanzar más fácilmente la gracia
de su conversión y perdón.
En cuanto
a las almas que viven en estado
de gracia, la Santa Misa
les comunica una fortaleza admirable para perseverar en tan dichoso
estado, y borra inmediatamente, según la opinión
más común, todos los pecados veniales, con tal que se tenga
dolor general de ellos. Así lo enseña
clara y terminante mente SAN AGUSTÍN.
"El que asista con devoción
a la Misa, dice este Santo Padre, será fortalecido para no caer
en pecado mortal, y alcanzará el perdón
de todas las faltas leves cometidas
anteriormente". Nada hay en esto que deba admirarse. Refiere SAN GREGORIO
EL GRANDE (4 Dial. c. que una pobre mujer mandaba celebrar una Misa todos
los lunes por el eterno descanso del alma de su
marido, que había sido reducido a esclavitud por los bárbaros (y a quien
creía muerto), y que las Misas le hacían
caer las cadenas de sus manos y pies, de manera que durante el tiempo
de la celebración del Santo Sacrificio
el esclavo permanecía libre y desembarazado
de sus hierros, según él mismo confesó a su
mujer después de haber conseguido la libertad.
Ahora bien: ¿Con cuánta mayor razón debemos creer en la eficacia
del Divino Sacrificio, para romper los
lazos espirituales, esto es, los pecados veniales, que tienen cautiva nuestra alma y
la privan de aquella libertad y de aquel
fervor con que obraría si estuviese libre de todo
embarazo? ¡Oh Misa preciosa, que nos proporciona
la libertad de los hijos de Dios
y satisface todas las penas debidas por nuestros
pecados!
11. Según eso, me dirás
acaso, bastará oír o hacer
celebrar una sola Misa para pagar las enormes deudas contraídas con
Dios por tantos pecados como hemos cometido, y satisfacer
todas las penas por ellos merecidos, toda vez que la Misa
es de un precio infinito, y por
ella se ofrece a Dios una satisfacción infinita. Poco a poco,
si te place. — Aunque la mina et peccata
etiam ingentia dimittit". (Sess. 22, c. II)[1].
Sin
embargo, como no tenéis conocimiento cierto, ni de las disposiciones interiores
con que oís la Santa Misa, ni del grado de satisfacción que le corresponde,
debéis tomar el partido más seguro de asistir a muchas Misas, y asistir con la
mayor devoción posible. ¡Dichosos vosotros, sí, una y mil veces dichosos, si
tenéis una gran confianza en la misericordia de Dios y en este Divino
Sacrificio, en donde brilla admirablemente! ¡Dichosos si asistís siempre a la
Santa Misa con fe viva y con gran recogimiento! ¡Ah! en este caso os digo que
podéis alimentar en el fondo de vuestro corazón la dulcísima esperanza de ir
derechamente al Paraíso sin parar un instante en las penas del purgatorio. ¡A
Misa, pues, a Misa! y sobre todo que vuestros labios no pronuncien jamás esta
proposición escandalosa: "Una Misa más o menos poco
importa".
[1] "En efecto, aplacado el Señor con esta
oblación, y concediendo la gracia y el don de la penitencia, perdona los
delitos y pecados por grandes que sean". (Denz, 940; D-S 1743). (N. del
E.).
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